Aprender a escuchar: Un objetivo de la ciudadanía mundial.
Para la tradición occidental la educación auditiva se puede definir como el arte de reproducir sonidos, ya sea desde la escritura en notación musical (dictado melódico y/o dictado armónico) o de manera natural y espontanea, a través de la repetición de un canto o línea melódica por medio de la voz, el silbido o a través de un instrumento musical. En pocas palabras, existen dos formas de educar el oído musical: La primera desde un concepto académico que postula a la partitura y al abordaje de ciertos repertorios musicales como sustancia esencial del desarrollo auditivo y, la segunda, desde una aproximación empírica que se relaciona más con las tradiciones de cantos populares y con el hecho de cantar o tocar de oído.
En cualquiera de los dos casos se considera importante, en un primer momento, escuchar atentamente los sonidos, intentando definir los cambios de altura, para luego organizarlos, memorizarlos y reproducirlos. Dicho procedimiento requiere de un entrenamiento minucioso que en la mayoría de casos tarda años y que se encuentra asociado al hecho de estar familiarizado con un capital cultural determinado, representado en cantos, partituras, instrumentos musicales, grabaciones de audio y video y, en general, obras musicales pertenecientes a diferentes culturas y épocas (Bourdieu, 1980).
Desde este contexto, la educación del oído resulta fundamental para la formación de músicos, pues el hecho de afinar el sentido auditivo puede manifestarse como la posibilidad de mejorar el desempeño profesional en diversas facetas del oficio musical. Sin embargo, estas apreciaciones que resultan diáfanas para los músicos o estudiantes de música, representan un terreno inhóspito, en la mayoría de casos, para otros grupos de profesionales y de ciudadanos en general, que pueden llegar a desconocer el valor de la escucha, no como una forma de reproducir sonidos, sino más bien, como una manera de aproximarse a la transformación de sociedades.
Al respecto Barenboim (2007) afirma:
La educación del oído es quizás mucho más importante de lo que podemos imaginar no sólo para el desarrollo de cada individuo sino también para el funcionamiento de la sociedad y, por tanto, también de los gobiernos.
Desde esta apreciación se puede inferir el valor social de un oído educado hacia la comprensión de similitudes entre seres humanos, hacia el hecho de vernos como iguales y de complementarnos en la diferencia, intentando siempre, privilegiar el bienestar común sobre el individual, para generar de esta manera “Diálogos Genuinos” (Buber 1947) que en esencia, pretenden otorgar un lugar de privilegio a la argumentación, al debate de ideas y al hecho de ir más allá de las palabras en procura de un mundo con menos injusticias.
Juan Ricardo Villamil
Docente
En cualquiera de los dos casos se considera importante, en un primer momento, escuchar atentamente los sonidos, intentando definir los cambios de altura, para luego organizarlos, memorizarlos y reproducirlos. Dicho procedimiento requiere de un entrenamiento minucioso que en la mayoría de casos tarda años y que se encuentra asociado al hecho de estar familiarizado con un capital cultural determinado, representado en cantos, partituras, instrumentos musicales, grabaciones de audio y video y, en general, obras musicales pertenecientes a diferentes culturas y épocas (Bourdieu, 1980).
Desde este contexto, la educación del oído resulta fundamental para la formación de músicos, pues el hecho de afinar el sentido auditivo puede manifestarse como la posibilidad de mejorar el desempeño profesional en diversas facetas del oficio musical. Sin embargo, estas apreciaciones que resultan diáfanas para los músicos o estudiantes de música, representan un terreno inhóspito, en la mayoría de casos, para otros grupos de profesionales y de ciudadanos en general, que pueden llegar a desconocer el valor de la escucha, no como una forma de reproducir sonidos, sino más bien, como una manera de aproximarse a la transformación de sociedades.
Al respecto Barenboim (2007) afirma:
La educación del oído es quizás mucho más importante de lo que podemos imaginar no sólo para el desarrollo de cada individuo sino también para el funcionamiento de la sociedad y, por tanto, también de los gobiernos.
Desde esta apreciación se puede inferir el valor social de un oído educado hacia la comprensión de similitudes entre seres humanos, hacia el hecho de vernos como iguales y de complementarnos en la diferencia, intentando siempre, privilegiar el bienestar común sobre el individual, para generar de esta manera “Diálogos Genuinos” (Buber 1947) que en esencia, pretenden otorgar un lugar de privilegio a la argumentación, al debate de ideas y al hecho de ir más allá de las palabras en procura de un mundo con menos injusticias.
Juan Ricardo Villamil
Docente